Dicen que las cosas pasan por algo y dicen bien. En la semana tuve oportunidad de intercambiar algunas ideas con una madre muy joven sobre la manera en que debemos cuidar a nuestros hijos, los que ya los tienen y los que aún no. ¿Cómo educarlos? era la pregunta. Me di cuenta muy pronto que la paranoia es legendaria, las malas prácticas son heredadas: miedos, desconfianza, poca critica ante las leyendas urbanas, sobreprotección etc.

Me quede pensando como crecerían esos niños con tantos miedos de los padres y en la misma semana me encontré con Alamar, una película que resultó ser un poema de familia y de paternidad. La historia relata unos padres con diferentes historias. Madre italiana y padre mexicano. Las principales diferencias son que uno vive en el caribe en una cabaña dentro del mar y otra es profesionista en la Italia. El amor los unió y las diferencias les separó, pero no sin antes tener un hijo llamado Nathan que es donde parte toda la historia. De una manera muy real y bien contada Alamar nos lleva a internarnos en el amor de un padre que educa a su hijo en sus primeros años y se acostumbra a vivirlo de lejos. Por otro lado, un hijo que vive en Italia con su madre y que viaja a un mundo totalmente opuesto, lleno de carencias materiales pero abundante de aprendizajes y momentos mágicos en la naturaleza.
Más que narrarles la película, lo que me maravilló fue la manera tan sencilla de entender y disfrutar de la vida que se contó. Vivimos en mundos tan urbanos, tan violentos, tan temerosos que nos cuesta trabajo vernos sin luz, sin internet, sin restaurantes, sin auto. Más que contar una historia hippie, Alamar me contó una historia de valentía, de amor, de familia. Una historia que expone los riesgos reales y los percibidos y aprendidos por nosotros. Una escena en especial capto mi atención y provocó esta catársis. Vemos a cuadro a Nathan ( el niño) jugando en la playa cerca de un cocodrilo, de inmediato, escuché suspirar a más de una madre en el cine preocupadas. Definitivamente es algo que si nos lo pusieran en papel sin dudarlo diríamos que no habría manera de dejarlos jugar en un escenario así.

Jorge el padre lo tomó muy diferente y cómo a mi parecer debe tratarse a los hijos. » Cuidado ahí viene el cocodrilo eh, juega por acá»le decía Jorge a Nathan. Caso contrario, cualquier padre o madre urbanizado hubiera corrido despavorido gritándole al niño que saliera de inmediato y aventándole algo al Cocodrilo para ahuyentarlo y lastimarlo. El tema no es protegerlos, es la manera en la que los educamos ante el miedo y los riesgos que siempre existirán a nuestro alrededor, ahora y cuando sean grandes. Nosotros, los que seremos padres o los que ya lo son, somos culpables de que crezcan felices o con miedos, con limitaciones por no tener ciertas banalidades u objetos, con miedo de salir a la calle solos, con miedo de manejar de noche. (como si los accidentes tuvieran horario).
La película me dejó una invitación a que seamos mucho más libres de ideas preconcebidas, heredadas o peor aún de rumores que no tienen sustento. Aprovechemos lo que tenemos para conocernos mejor y para arriesgarnos, para conocer lo que nunca pudimos de chicos y para re significarnos como adultos. Aprendamos a vivir con precaución. Jamás con miedo y dejemos que quien nos siga aprenda a cuidarse también y se atreva cuando lo amerite.
http://www.alamarlapelicula.com/